Monday, September 18, 2006

LAS BOFETADAS


Estaban todos agrupados en fila casi militar. Con el dorso de la mano comenzó a abofetearles uno por uno. Con cada golpe de revés parecía que las caras de los impasibles personajes que aguantaban estoicos el dolor y el enrojecimiento sin apenas pestañear se retorcían. Sin embargo, tras cada tris, o plas, o pum, no se oía respirar ni al aire.
Esa falsa pasividad acrecentaba el odio, y con éste la fuerza, de los golpes que eran propinados contra aquel grupo, que se resistía a doblegarse. Con sangre en el rostro y narices partidas, algunos incluso decidieron automutilarse la lengua con sus propios dientes, para que, en un momento de debilidad o en ensoñaciones no se les escapase el menor sonido audible.

Todo por no querer reconocer que estaban en contra de la violencia.

Ninguno de ellos llegó a dar la "confesión" que se buscaba.

Hoy, de esta historia no queda ni un recorte de prensa. Ni un titular en la radio, ni un segundo en televisión. Ni monumentos a los caídos.

Sólo han quedado marcadas para siempre unas tremendas cicatrices en los que sobrevivieron.

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