El pianista ruso (Sergei) golpea sus teclas sobre mi cabeza días después. La melodía es muy parecida a lo de siempre (el bolero de Ravel), esta vez se llama lunes. He aprendido cómo mi cuerpo destila a velocidades de vértigo, sobre todo en sábana ajena. Una bebida centenaria y algo más (1890) que tiende a invadir mi organismo sin piedad.
Pero como dijo Herrero, a modo de madre cuando el hijo se deja lo que come en el plato: "bebe, que hay niños sobrios en la India".
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