Para esas chicas que andan como caballos y esos hombres que pretenden domarlas: insensatos. Ni el mismo Robert Redford se atrevería a susurrarlas.
Que no se me entienda mal: no comparo a la mujer con un caballo (que luego todo hay que explicarlo y no me gustaría salir en la prensa si no es del lado del artesano), sino que andan como tal, con aquellos tacones que hacen ruido, como los dos cocos en la película de los Monty Phyton; con ese cuerpo estirado levantando primero una rodilla, como si, a base del látigo de golpes anteriores, se lo hubieran enseñado en un circo.
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